
Una visión de la vida desde el punto de vista Cristiano
Desde que el hombre ocupó la tierra el trabajo ha sido su medio para subsistir, entendiendo este vocablo como la fuente que le produce lo necesario para mantenerse vivo orgánicamente.
Pero la alusión al trabajo mas antigua que conocemos los cristianos, es aquella sentencia de Yahvé Dios a nuestros primeros padres -Adán y Eva- cuando presto a desterrarlos del Paraíso les dijo: “Con fatiga sacarás de ella -la tierra- tu alimento por todos los días de tu vida”
Desde ese mismo instante el trabajo del hombre -extrañamente- quedó santificado, por ser a través de él como el hombre –creatura de Dios- se ha mantenido cultivando el amor del Padre y su infatigable procura para hacernos cada día más digno de ser hijo del Supremo Dios del Universo.
La Iglesia Católica se ha ocupado sistemáticamente del hombre trabajador y defendido su derecho al trabajo como un bien fundamental y útil; “…digno de él, porque es idóneo para expresar y acrecentar la dignidad humana.” (287, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, Pág., 183, Ediciones Paulinas 2006)
Pero, si miramos hacia la interioridad del hombre y su pretérito histórico, vemos cómo el trabajo ha sido utilizado como medio de explotación del hombre, desvirtuando la hermosa función social que el trabajo debe cumplir en la vida de todo ser humano. Pero, y a la vez, dentro del mecanicismo nacido con la Revolución Industrial, se separaba el hombre de su fuente natural de subsistencia y lo condenaba al desempleo, creando un problema social único que envuelve su propia dignidad de persona humana, condenándolo a la miseria y al pauperismo de la familia.
El papa León XIII, adelantándose al propio Kart Marx y su obra “El Capital”, se levantaba, a través de su Encíclica “Rerum Novarum“, a la búsqueda de enmiendas humanas para un problema fundamentalmente humano. “…Ya la Iglesia denunciaba la cuestión social y el maltrato a los obreros y buscaba darle solución a los mismos” (La doctrina Social de la Iglesia para el Tercer Milenio, de Maria García de Fleury, Pág., 68. Editora Tercer Milenio)
Era la época del auténtico “capitalismo salvaje”, donde lo económico estaba por encima del hombre y la producción marcaba la pauta de la industria, olvidando por completo al hombre; haciendo reinar el individualismo. Los medios de producción estaban en manos de unos pocos y la diferencia entre ricos y pobres explosionó como vertiente o semilla, donde hizo su aparición el “proletariado” como fermento y justificación de la lucha de clases que proponía el comunismo o socialismo, como oferta frente a la brutal explotación del trabajador, dando inicio a un odio entre capital y trabajo, que aun hoy perdura, pero como elemento demagógico en manos de gobernantes no probos. No quiero afirmar, sin embargo, que la justicia social se haya impuesto, pero la lucha de ella debe ser por los hombres trabajadores, y no por un Estado explotador.
La Iglesia no permaneció callada y su voz se hacia sentir con fuerza, ya que se pronunciaba en contra del liberalismo económico y el socialismo, proponiendo ir a las raíces del cristianismo donde está la verdadera solución a la cuestión social.
La solidaridad, la confraternidad y la caridad, esta última no vista como un sistema de “dádiva o clemencia”, sino de auténtica valoración humana del hombre, continúa ofreciendo el amor como base para el entendimiento entre los seres humanos.
Esa justicia social por la cual se ha pronunciado la Iglesia a través de infinidades de manifiestos, se ha expuesto con entereza y brillantes en encíclicas que han desbordado soluciones que el mundo no ha querido apreciar, pero que de alguna manera ha colocado el tema sobre el aspecto moral de una sociedad ganada todavía por el individualismo y desconocimiento de Dios.
Dios no condena al hombre al trabajo, lo hace conciente que es su medio para que sea mantenida la dignidad de persona humana, pero dentro de un justo convenio entre el capital y el trabajo.
Juan Pablo II dicta, al cumplirse el primer centenario de la Rerum Novarum, la encíclica Centesimus Annus (1891-1991), donde se hace un análisis proyectado hacia el III milenio, y donde su Santidad es asistido en la elaboración del documento pontificio por teólogos, moralistas, expertos del llamado tercer mundo, economistas y sacerdotes para luego someter la Encíclica ante el consejo de Cardenales, siendo firmada en Roma el 1 de mayo –día mundial del trabajador- de 1991.
Allí se recoge, con el mismo ánimo que León XIII le imprimiera a su Carta Pastoral, los problemas de actualidad señalando con claridad el valor permanente de las enseñanzas de la Iglesia. Es afianzada la Doctrina Social de la Iglesia y Magisterio de la Iglesia, destacando lo que ya en muchas oportunidades ha sido la posición de la Iglesia frente a la cuestión del trabajo y la valoración del trabajador.
Pero el mundo atraviesa por una perdida sustancial de la cuestión moral con su carga de sombras que afectan al hombre en su integridad y su dignidad.
Ciertamente se ha derrumbado el sistema comunista como forma de gobierno, pero su ideología permanece, como permanece, muy a pesar de los avances innegables, la discriminación hacia el trabajador, no reconociendo su valor de “socio” en la producción, sino todavía como elemental “insumo” preciso para la creación de riqueza en manos de unos muy pocos; cerrándose ante la verdad del Hombre como persona humana.
El ateismo, base de todos los males lo trata de la forma siguiente: “La negación de Dios priva de su fundamento a la persona y, consiguientemente, le induce a organizar el orden social prescindiendo de la dignidad y responsabilidad de la persona”
El hombre sin Dios se ciega, se convierte en un ser inacabado y perturbable en manos de los pedimento de una sociedad atea. La Droga, el aborto, la incapacidad de ser responsable ante los hijos, lo coloca al borde de la animalidad, cuando en verdad es muy querido por su progenitor o Padre Universal. Debe la sociedad, para aquel momento y hoy en día, ser conciente de que en sus manos está su propia dignidad.
Pero olvidado de Dios, el hombre, se destierra así mismo y se traba de forma complicada con los problemas que se van presentado. El individualismo no reconoce fronteras de ninguna naturaleza, da lo mismo ser honrado o ladrón. El dinero se convierte en ley, y todo quiere resolverlo a base de tener más o menos dinero. El bienestar –que no es malo- lo convierte en un status de vida que no abandona, así tenga que vender a su propia madre. El mundo es literalmente u mercado libre, donde se maneja el término “valor” para comprar todo, hasta la conciencia humana.
La pobreza –vergüenza de la humanidad- prolifera, y la mendicidad se hace una profesión, en oportunidades lucrativa.
Ayer, como hoy, se llama la atención sobre los verdaderos valores de los hombres; y la ética es un pedazo de “trapo sucio” con quien nadie quiere limpiarse las manos manchadas, en muchas oportunidades con la sangre de inocentes.
La propiedad privada es un derecho y a la vez un compromiso; todos tienen ese compromiso, sin olvidar que los bienes están subordinados a la comunidad de personas.
Los empresarios deben tomar cabal nota, y llevarla a la práctica, de que el hombre es el principal factor de la economía, por lo que es indispensable que se reconozca su papel céntrico.
El trabajo cumple una función social que proyecta la historia del mundo con una visión esencialmente cristiana. El crecimiento de la sociedad se base en él, el progreso personal se fundamenta en el trabajo y el hombre se honra y sale robustecido de la faena diaria. Lo espera el hogar, donde es anhelado por su familia, ésta a su vez, se complace en recibir en su seno al trabajador, quien va en busca de su “reinado” donde es recibido con amor para su descanso merecido.
Esto que menciono, no es para nada utópico, se da todos los días en innumerables hogares, aunque en otros -lamentablemente- el hombre llega con las manos vacía; es el desempleado que marginado es alejado de su fuente de trabajo.
Es aquí donde podemos, y estamos llamados hacerlo, convocar a la conciencia al factor industrial, englobando en esta definición a todo el músculo que aporta el capital a los diversos sistemas productivos, con la finalidad que cada día se piense más en el hombre como núcleo cierto y primario de toda economía.
Lo social deberá estar íntimamente ligado a los sistemas productivos, mucho más en aquellos que por su composición y fines, requiere de ese funcionar de capital, como factor de importancia accionista.
La Iglesia Católica y, más apropiadamente el cristianismo, siempre ha estado presente en estos tópicos laborales, así como en la conducta social que la ha pedido y la pide solidaria y entrañablemente humana.
· Rerum Novarum (León XIII, año 1891) fue escrita como respuesta a los efectos de la Revolución Industrial y es considerada como la base de la Doctrina Social de la Iglesia. Aprueba la sindicalización de los trabajadores como conglomerado que se enfrenta al nepotismo empleador
· Quadragesimo Anno (Pío XI - 1931), reflexiona sobre las reacciones suscitadas por la Rerum Novarum, dentro y fuera de la Iglesia. Desaprueba el efecto de codicia y exige una distribución equitativa de los bienes, dejando por sentado el equilibrio que siempre ha de existir para que la paz sea el nuevo nombre del desarrollo
· Mit brennender Sorge (1937 Apesadumbrado corazón), especialmente dirigida al pueblo alemán con clara toma de postura frente al nazismo y la cultura absolutista del Estado totalitario. La estimo de vigencia inexorable en nuestra actual Venezuela.
· La Divini Redemptoris (1937) rechaza de forma categórica, y dentro de su misión veladora de la dignidad de la persona humana, la practica del materialismo ateo y las crueldad estalinista, impuesta al pueblo reunido bajo la égida comunista
· La Solennitá (Pío XII – 1941) se enfoca sobre la función social y la solidaridad que debe cumplir la propiedad privada. Todos en una medida u otra somos propietarios, y hoy en día se habla mucho sobre la propiedad intelectual, la que no puede ser medida en M2, sino en luces; razón por la cual cuesta mucho mediatizarla o someterla al antojo de los gobernantes o grupos económicos que bien quisieran echarle mano
· Mater et Magistra (Juan XXIII – 1961), trata sobre el cristianismo y el progreso social. Deplora la brecha que divide a las naciones ricas y pobres; el armamentismo y la pobreza en el campo. Se siente identificada con la participación de los trabajadores en las empresas, desde el punto de vista administrativo y en los beneficios que se logran. Como vemos este tema no es de ahora, ha sido preocupación y ocupación de la Iglesia, que lo ve con buenos ojos, pues para cerrar la fisura entre empresarios y trabajadores, lo infinitamente necesario es el equilibrio definido como pieza fundamental de entendimiento y coexistencia pacifica. Es el dialogo ininterrumpido fortalecido con legislaciones laborales de justicia, donde patrones y trabajadores forjan empresas para el bienestar del hombre, incluida la justicia social debida a los trabajadores.
· Pacem in Terris (1963) establece la paz en la tierra bajo el cumplimiento del respeto a los derechos de la persona. Reclama el desarme y reconoce, destacadamente, que todas las naciones tienen igual dignidad y derecho a un desarrollo propio. Propone una sociedad fundamentada en la solidaridad, tema tratado en “Papeles Sueltos” como una visión cristina de la humanidad, donde reine el amor, pues Dios es Amor
Dentro de Vaticano II, se registran acontecimientos que cambian radicalmente la vida de la Iglesia, muy espacialmente por la incorporación del laico como una figura estelar y de participación incuestionable, además de su grave responsabilidad en todas y cada una de sus actuaciones y compromisos laborales.
Vale destacar dentro de los cientos de documentos que produjo Vaticano II la constitución “Gaudium et Spes” que trata fundamentalmente sobre el mundo moderno
· Lamenta y condena la pobreza creciente en el mundo. Quizás nada nuevo, pero lacerante ante la falta de justicia social y la explotación de la fuerza humana que crudamente afecta la dignidad humana, por las malas decisiones políticas y económicas
· Auspicia la paz
· Destaca la necesidad incuestionable de la solidaridad
· Nos dice a los cristianos que debemos ser responsables, y trabajar sin denuedo por un mundo justo y pacifico (Difícil, pero no imposible)
Populorum Progresión, encíclica del Papa Pablo VI, trata sobre lo que he venido destacando, como lo es el desarrollo económico y social de los pueblos. No podemos ver el desarrollo sin que el pueblo sea enaltecido a la autentica condición de persona humana, por lo que incisivamente se pronuncia
· Declara los derechos de las naciones pobres a un desarrollo humano y pleno. (Este desarrollo debe ser sustentable para lograr que el hombre, integrado a la obtención de los bienes fundamentales tenga acceso a la educación, cultura, formación para la vida, salud y calidad de vida dentro de los parámetros que su propia dignidad le otorga)
· Se pronuncia contra aquellas estructuras económica que promueven la injusticias
· Se deja evidente que el crecimiento autentico no esta limitado al crecimiento económico
Theo Corona
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